Cuando en una consulta médica ante la sospecha del síndrome de ama de casa, se realiza una historia clínica y se le pregunta a una mujer si trabaja, muchas responden que no. Esta respuesta, lejos de ser inofensiva, revela una percepción social profundamente arraigada: la infravaloración del trabajo no remunerado que se realiza en el hogar.
Ser ama de casa no es "no trabajar". Quienes desempeñan este rol ejercen múltiples funciones a la vez: psicólogas, economistas, pediatras, costureras, profesoras... y mucho más. Sin embargo, a pesar de esta labor integral, muchas mujeres no se sienten valoradas.
Síntomas del síndrome de ama de casa
Muchas mujeres que trabajan en el hogar experimentan apatía, fatiga crónica, insomnio o somnolencia excesiva, falta de motivación para arreglarse o salir, e incluso tristeza profunda acompañada de pensamientos de inutilidad.
A este conjunto de síntomas se le conoce como el síndrome del ama de casa, un fenómeno que afecta especialmente a mujeres jóvenes con hijos pequeños, que viven en un estado de agotamiento crónico, así como a mujeres mayores que sienten que su vida ha pasado sin dejar huella. No se trata de un caso aislado ni poco común, y merece atención y reconocimiento.
Las amas de casa son, en muchas ocasiones, el alma del hogar y el sostén emocional de toda la familia. Sin su presencia, organización y entrega, la vida cotidiana no funcionaría con la misma armonía. Por eso, es esencial reivindicar su valor, fomentar el autocuidado y repartir las responsabilidades del hogar entre todos los miembros de la familia.
El mensaje es claro: para prevenir el síndrome del ama de casa, el trabajo en el hogar también necesita descanso, reconocimiento y apoyo. Salir, divertirse, cuidarse y reclamar su espacio personal no es un lujo, sino una necesidad. Porque quienes se encargan del hogar también merecen vacaciones, tiempo libre y bienestar. El reconocimiento comienza por una misma: valorarse, quererse y recordar que ser ama de casa es ser el pilar fundamental de la familia.