La sociedad tiene dudas sobre los beneficios o perjuicios que pueden ocasionar para su salud el consumo de alimentos transgénicos, ya que recibe información sobre estos productos de dos polos totalmente opuestos. Por un lado, las grandes multinacionales de productos transgénicos relatan las grandes ventajas, tanto para el medio ambiente como para la calidad de los alimentos, que puede aportar la ingeniería genética, y por otro lado, la población también recibe noticias de las organizaciones ecologistas, contrarias a la comercialización de estos productos, que auguran los futuros daños que en todos los ámbitos provocarán los transgénicos. Así, la opinión pública se encuentra dividida ante los transgénicos.
En los últimos meses, revistas de gran rigor científico como The Lancet o Science han publicado diversos estudios en los que se analizan los pros y los contras de los alimentos transgénicos. En este sentido, están ayudando a aclarar los rumores, falacias y medias verdades que envolvían el mundo de los transgénicos.
Antes de analizar los posibles riesgos o beneficios de los transgénicos es necesario conocer qué se entiende por transgénico. En este sentido, Daniel Ramón Vidal, coordinador nacional del Área de Ciencia y Tecnología de Alimentos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), define los transgénicos como «productos biotecnológicos en cuya obtención se han utilizado técnicas de la ingeniería genética». «Con la ingeniería genética se puede modificar un único gen del genoma de un animal o una planta comestible», añade Ramón Vidal.
Por lo tanto, preguntarse por los posibles riesgos de los alimentos transgénicos para el ser humano es una cuestión que los científicos del CSIC tienen muy clara. «No hay ni un solo dato científico que indique que los alimentos transgénicos autorizados actualmente puedan tener un riesgo para la salud humana», explica Ramón Vidal, ya que estos alimentos han tenido que superar unas evaluaciones muy rígidas y, desde luego, «muchísimos más controles que los alimentos convencionales». Aunque, en este sentido, Ramón Vidal también reconoce que «no hay riesgo cero». Como ejemplo de los controles que pasan los transgénicos, encontramos el tomate MacGregor, el primer alimento transgénico comercializado, que tuvo que pasar decenas de ensayos durante más de cuatro años para conseguir el primer permiso de comercialización.
Con relación a la opinión pública europea en torno a los alimentos transgénicos, Ramón Vidal considera que los consumidores no están lo suficientemente informados. En este mismo sentido, Ana Fresno, presidenta de la Comisión Nacional de Bioseguridad, señala que, en su opinión, «el rechazo de los consumidores europeos a los productos transgénicos obedece a la gran desinformación del consumidor, que ve la manipulación genética como una cosa de ciencia-ficción y no se centra en el riesgo sobre la salud».
Por su parte, la Sociedad Española de Biotecnología está difundiendo lo positivo de los productos modificados genéticamente y ha elaborado un decálogo con el que intenta refutar algunas de las cuestiones que se han difundido sobre los transgénicos y que no son ciertas. Según este decálogo, un alimento transgénico tiene la misma garantía que un medicamento que se adquiere en la farmacia.
En este mismo sentido, Juan Ramón Lacadena, catedrático del Departamento de Genética de la Universidad Complutense de Madrid, opina que la «transgénesis abre la posibilidad de saltarse las barreras naturales, pero plantea problemas éticos». Por este motivo, entiende que «la sociedad se inquiete», aunque a veces lo haga «injustificadamente».
Por otro lado, los grupos ecologistas son criticados por los científicos por presentar sus críticas a los transgénicos sin aportar datos científicos. En concreto, José Ignacio Cubero, presidente de la Sociedad Española de Genética (SEG), invitó a los grupos ecologistas durante el II Congreso de la SEG a «justificar la veracidad de sus afirmaciones en lugar de ofrecer «datos imaginarios».
Un artículo publicado en la revista Science pone de manifiesto las diferencias existentes en la opinión pública sobre los alimentos transgénicos en EEUU y en Europa. Según una encuesta publicada también en esta revista científica, la población americana es más receptiva y la europea más reacia a los nuevos alimentos modificados genéticamente. Por lo tanto, aunque el europeo medio tiene mayor formación científica y los medios de comunicación de Europa han dado más cobertura al tema, y desde un punto de vista más objetivo que los medios americanos, se da la paradoja que en EEUU existe una actitud más receptiva con respecto a los transgénicos.
En Europa, por el contrario, los OMG»s continúan generando sospecha. Asimismo, en EEUU priman los criterios económicos y las expectativas de producir más alimentos y de mejor calidad para mucha gente, mientras que en Europa se anteponen valoraciones éticas y morales a la idea de modificar los genes. Según los autores de la encuesta, el principal motivo por el que en Europa existe este clima de desconfianza ante cualquier procedimiento relacionado con la elaboración de alimentos son los últimos escándalos que ha habido relacionados con los alimentos como el de las vacas locas, las dioxinas, la Coca-cola, etc.
Todos los implicados en el conflicto, empresas productoras de transgénicos, grupos ecologistas y gobiernos, dan su opinión sobre los alimentos transgénicos. Dentro de todo este ir y venir de datos, opiniones y predicciones de futuro, los consumidores tienen que desarrollar la capacidad de poder diferenciar entre toda la cantidad de mensajes que reciben qué fuentes son rigurosas y cuáles no. Por lo que, si algo tiene que tener claro un ciudadano de a pie es que los únicos que pueden analizar objetivamente los pros y contras de estos productos son los científicos que trabajan en ellos.
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