Con el verano, la suma de calor, ejercicio y comidas copiosas durante las vacaciones hace que se disfrute más del placer de la siesta, sin la presión de tener que reincorporarse al trabajo o al resto de obligaciones diarias.
Pero no podemos bajar la guardia. Una siesta corta de 30-40 minutos puede ser reparadora, aumentar nuestra creatividad y nuestra productividad. Pero si nos excedemos, puede causarnos cansancio, desorientación, irritabilidad y dificultar el sueño nocturno.
El origen de la palabra siesta viene del latín «sixta» o como los romanos conocían la sexta hora entre las dos y las cuatro de la tarde, en la que descansaban después de comer. Al contrario de lo que se piensa, los españoles no somos los europeos que más disfrutamos de esta sana costumbre. Alemanes, italianos y británicos están más acostumbrados a dejarse caer en brazos de Morfeo tras la comida, quizás porque sus jornadas laborales se inician antes.
La necesidad de dormir está regulada por nuestro reloj biológico, en función de la energía que hemos gastado, la organización horaria de nuestras rutinas diarias, el sueño acumulado o la presión a la que hemos estado sometidos, entre otros factores. La siesta, como las horas de sueño normal, son momentos que el cerebro también aprovecha para asimilar la avalancha de datos y estímulos recibidos durante el día. Por ello, a veces despertamos con la solución a un problema que nos rondaba en la cabeza, apareciendo como por arte de magia.
Pero hoy dormimos mucho menos que nuestros antepasados. Si antes las horas de sueño eran impuestos por los ciclos naturales del sol, con la llegada de la electricidad y la industrialización, ahora nuestro cuerpo ya no duerme cuando quiere, sino cuando puede. Algo que puede causar graves problemas: la falta de sueño acumulada o cambiar con frecuencia el horario de sueño, por ejemplo por cambios frecuentes de turnos, puede acabar provocando un menor rendimiento, irritabilidad o depresión y afectar de forma negativa a la vida laboral, familiar y social.
Insomnio en verano
En la época estival son más frecuentes los problemas para conciliar el sueño por las noches, no sólo por el calor. También dormimos más y despertamos y vamos a la cama más tarde, trastocando nuestro reloj biológico.
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