Ser joven y tener relaciones sexuales es uno de los principales factores de riesgo de contagio de enfermedades de transmisión sexual como el Sida. La falta o incompleta educación sexual en los adolescentes y un sistema inmunológico todavía inmaduro los hace especialmente vulnerables a la transmisión de virus como el VIH, que desde el año 1981 se han dado cerca de 21.000 casos entre 13 y 29 años. La doctora Reyes Hernández, especialista en pediatría, aboga por los programas de educación sexual para prevenir conductas de riesgo y practicar un sexo saludable.
La educación sexual sigue siendo la asignatura pendiente para una gran parte de los jóvenes de nuestro país. De hecho, la adolescencia y juventud se ha convertido en sí misma en un factor de riesgo de sufrir enfermedades de transmisión sexual (ETS) como el Sida, advierte la doctora Reyes Hernández, especialista en Pediatría y asistente al próximo Congreso Nacional de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria.
Comenzado por la relación entre Sida y adolescencia, los datos son concluyentes. Actualmente en España, la transmisión del virus VIH por transmisión sexual representa el 7,4 por ciento del total de infecciones en menores de 24 años, según cifras recogidas por el Centro de Epidemiología desde 1981 hasta la actualidad. Y sólo en el 2004 se diagnosticaron en nuestro país 123 nuevos casos de infección por VIH, mientras que desde los años 80″ se han registrado cerca de 21.000 contagios entre jóvenes de 13 a 29 años.
Y es que una de las causas principales de la proliferación de las ETS y del Sida en los jóvenes es la falta o incompleta educación sexual que manifiestan y que los hace también «susceptibles de padecer múltiples disfunciones sexuales como la eyaculación prematura primaria, algunos vaginismos, trastornos de excitación y fobias, entre otros problemas sexuales», asegura la doctora. En este sentido, como el aprendizaje se basa en la propia experiencia de los adolescentes, «el ensayo y error, sumado a la sensación de invulnerabilidad que creen disponer nuestro jóvenes repercute en el aumento de todas estas patologías», justifica la especialista.
Evitar situaciones de riesgo
A los factores mencionados que repercuten en la proliferación de las ETS, se añade una «mala comunicación con los padres (el preservativo debe estar oculto ), los planteamientos religiosos radicales, la escasa formación y la utilización de sustancias tóxicas, entre otros», apunta la doctora Hernández. Y los rasgos psicológicos de algunos jóvenes no se quedan al margen: «La poca asertividad, una baja autoestima, la ausencia de responsabilidad en su estrategia de afrontamiento de problemas y la falta de habilidades sociales».
Por ello, adaptar los programas de educación sexual a la realidad del adolescente sigue siendo una prioridad para conseguir resultados. Así, «una educación sexual adaptada a la filosofía, a las conductas de riesgo específicas del adolescente debe ser objetivo prioritario, así como la utilización de modelos teóricos interactivos, de conceptos como la clarificación de valores, la resistencia a la presión social y el entrenamiento en habilidades de comunicación», defiende la doctora Hernández y añade que los modelos que han mostrado más eficacia son «los basados en la modificación de un comportamiento del adolescente configurado por normas y actitudes colectivas e individuales».
Superar los miedos
La actitud y actuación de los jóvenes frente una relación sexual puede entrañar concepciones erróneas sobre las que deben trabajar estos programas. Según la doctora, los jóvenes pueden tener relaciones, por ejemplo, «por miedo a negarse, porque anhelan recibir afecto, por temer herir los sentimientos de su compañero/a y porque necesitan o quieren el dinero o regalos que reciben». Por ello, como añade la doctora, «los programas de educación sexual no deben incluir sólo contenidos teóricos, si no también modificación de valores concretos y el reconocimiento de influencias sociales, complementados con el aprendizaje de técnicas para manejar o evitar situaciones conflictivas o peligrosas».
Por otro lado, potenciar el uso del preservativo debe seguir siendo uno de los aspectos clave de la educación sexual en los adolescentes, como corroboran los estudios. Si bien el 94,3 por ciento de los jóvenes menores de 29 años consideran el preservativo masculino como una medida eficaz de prevención del VIH, sólo lo utilizan en su primera relación sexual un 78 por ciento, según datos del Instituto Nacional de Estadística de 2004. Romper con estadísticas como esta es cuestión de aprendizaje y puesta en práctica de una educación sexual responsable, y constituye la única manera de que la sexualidad deje de ser una asignatura pendiente.
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