La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce la esterilidad como una enfermedad, pero la trata como una patología "de segunda", indicó el doctor Juan Antonio García Velasco, director del IVI-Madrid, durante el coloquio "Infertilidad, retos y avances", organizado por la Asociación Nacional de Informadores de Salud (ANIS), coincidiendo con la XIX reunión anual de la Sociedad Europea de Reproducción Humana y Embriología (ESHRE-2003).
María José González Galindo, presidenta de la Asociación Nacional para problemas de infertilidad (CERES), afirma que la esterilidad afecta a las parejas que la sufren tanto individual como socialmente (en el trabajo, en las relaciones con su familia y amigos, etc.). Asimismo, los pacientes que siguen tratamientos para la infertilidad suelen padecer numerosos problemas psicosociales: «ansiedad, sufrimiento, desesperanza, desinformación, contradicciones, depresión, ocultación del problema, soledad, rechazo social y de pareja, problemas sexuales y pérdida de control». González Galindo destaca las repercusiones en el trabajo, puesto que el tratamiento requiere acudir a la consulta médica frecuentemente y puede provocar un elevado absentismo laboral, lo que lleva a los pacientes a mantener en secreto su enfermedad y que están siendo sometidos a tratamiento.
Diversidad de tratamientos
La doctora Amparo Ruiz, del Laboratorio de Fecundación In Vitro de Valencia, afirma que las técnicas de reproducción asistida (TRA) «tratan de, emulando lo que es el ciclo menstrual de la mujer, ir dando solución a los problemas concretos». Esta especialista añade que «la reproducción fisiológica natural es un proceso complejo, con muchos pasos y cada uno de ellos puede fallar; por eso necesitamos tener a nuestra disposición diferentes tratamientos». En primer lugar, la inducción de la ovulación consiste en la administración de «medicamentos que ajusten los niveles hormonales que controlan el ciclo menstrual para conseguir que se produzca la ovulación».
Respecto a la inseminación artificial, la doctora Ruiz la define como «el depósito de los espermatozoides seleccionados en el interior de la cavidad uterina para facilitar la fecundación». En su opinión es una técnica sencilla porque no exige la extracción de óvulos ni la fecundación en el laboratorio.
En el caso de que los dos tratamientos anteriores fallen se recurre a las técnicas de reproducción asistida, que siempre están basadas en la fecundación in vitro (FIV) y tienen dos variantes: la microinyección de espermatozoides (ICSI) y la donación de ovocitos. El primer paso es la estimulación ovárica mediante medicación, que la doctora Ruiz considera «fundamental, porque a veces los espermatozoides no llegan al óvulo», por lo que si se incrementa la oferta de ovocitos «multiplicamos las posibilidades de fecundación y por tanto de éxito del tratamiento».
A continuación se obtienen los ovocitos y los espermatozoides y se procede a su unión en el laboratorio, observando «en cuáles de los ovocitos inseminados se produce una fecundación normal», explica la doctora Ruiz. Tras el cultivo de los embriones, se transfiere una pequeña cantidad de ellos al útero y el resto se congelan. La selección de los embriones que tienen una «mayor potencialidad de implantación», tiene en cuenta que el número de células sea el adecuado en esa fase de desarrollo, el porcentaje de fragmentos (para comprobar si hay fragmentos en lugar de células), los tipos de fragmentación y la simetría entre células. Para evitar los embarazos múltiples (que representan un 20 por ciento de los embarazos producidos como resultado de estos tratamientos), la doctora Ruiz recomienda «seleccionar preferiblemente dos embriones».
Existen otras técnicas complementarias para aumentar la eficacia del resto de tratamientos, como el cultivo embrionario más prolongado, en los casos en los que se requieran «más parámetros de diferenciación entre unos embriones y otros» porque se hayan producido intentos fallidos de embarazo anteriormente, señala la doctora Ruiz. Otra técnica complementaria es la eclosión asistida o assisted hatching, en la que se realiza una pequeña abertura en la capa pelúcida que recubre el embrión, para facilitar su salida y posterior implantación. Por último, el diagnóstico genético preimplantacional (DGP) analiza la composición genética de los embriones para transferir al útero sólo los que sean «cromosómicamente normales» y se emplea sobre todo en casos de «aborto habitual, edad avanzada, fallos de implantación, factor masculino grave y alteraciones de cariotipo». De esta forma se evita tener que interrumpir posteriormente el embarazo, al descubrir las alteraciones cromosómicas antes del inicio de la gestación.
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