Una playa abarrotada de gente, una escapada cultural lejos de casa o una ruta de naturaleza con deportes al aire libre. Pese a ser tan distintos, estos tres tipos de vacaciones tiene dos cosas en común: para la mayoría de la sociedad forman parte del paisaje veraniego y para los enfermos de agorafobia son una auténtica pesadilla.
La agorafobia es la fobia o miedo irracional más comúnmente visto en consulta. Se trata de un trastorno mental que provoca profunda ansiedad y miedo a los espacios abiertos y públicos. El temor puede aparecer en cualquier lugar o situación en la que la persona afectada se sienta desprotegida entre la multitud y del que le sea imposible huir inmediatamente a un lugar considerado por ella misma como seguro.
Las personas que padecen agorafobia tienden a evitar situaciones potencialmente generadoras de ansiedad y por lo tanto procuran salir de casa lo mínimo posible. Y cuando salen procuran evitar, por ejemplo, los transportes públicos, viajar, hacer deporte y estar en áreas amplias. Con la llegada de las vacaciones, pues, se reducen bastante sus posibilidades de ocio y se deteriora significativamente su calidad de vida.
Los principales síntomas que presentan ante las situaciones «temidas» son ritmo cardíaco acelerado, palpitaciones, sudoración, sensación de ahogo, mareo, sofocos o escalofríos e incluso miedo a morir. Así, «la agorafobia puede provocar, en los casos extremos, el aislamiento social total, con la reclusión autoimpuesta en el domicilio», aseguran los facultativos de AMSA.
La agorafobia aparece generalmente a partir de la segunda década de vida y es más frecuente en mujeres que en hombres (5,8% respecto a 2,2% en varones). «De cualquier modo, se ha observado que la agorafobia es un temor «aprendido», muchas veces como resultado de experiencias traumáticas durante la infancia, que además, generalmente, se encuentra asociado a otros trastornos como depresión y trastorno bipolar», explicaron profesionales del centro médico vizcaíno Avances Médicos S.A (AMSA). «Asimismo, se asocia con mayor frecuencia a un menor grado de instrucción y de éxito social o laboral», añadieron.
Dos tipos de tratamientos
Con el tratamiento farmacológico y la psicoterapia cognitivo-conductual, la mayoría de los pacientes, según los profesionales de AMSA, «mejoran de manera significativa».
En este aspecto, el problema más importante es decidir si el tratamiento del primer episodio se debe iniciar con fármacos o con psicoterapia. Así, los principales objetivos del tratamiento farmacológico son reducir la intensidad y frecuencia de las crisis de ansiedad y tratar la depresión asociada si la hubiese.
Por otra parte, la terapia cognitivo-conductual tiene la ventaja de que puede proporcionar al paciente la capacidad para enfrentarse a nuevos episodios en fases posteriores de su vida y evita el riesgo de efectos adversos de los fármacos.
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